CONFESIÓN: CULPA, YUGO Y LIBERTACIÓN
A los falsos profetas que me hablan del fin del mundo les digo: más cercana está Su Venida. Porque el fin del mundo es el fin del imperio del maligno, para nuestra eterna alegría. Sobre los que piensan que el catolicismo inocula el sentido de culpa mediante la noción de pecado, diré que yo también lo veía así desde el orgullo antes de acceder a la confesión. Quería sacudir el pesado yugo de mis errores acumulados, pero ahí seguían.
Nos han hecho creer que penitencia es flagelación y cadenas. Nada más lejos. Así lo ve el ego culpable, pero no el humano que consciente quiere limpiar su interior. Uno mismo puede perdonarse, pero no absolverse. Y ahí pasamos años arrastrando fardos, todo para evitar mirarnos cara a cara en el espejo y que alguien ajeno oiga nuestras inmundicias. Para eso existe el secreto de confesión.
Culpas, todos tenemos. Podemos quedarnos con ellas dentro royéndonos el alma, o adoptar una penitencia reparadora que nos libere. No hay yugo más leve que este de depositar en confesión los harapos del viejo yo para que el nuevo emerja leve, en luz.
Probad y ved cómo es dulce. Sólo nuestra vanidad nos separa. El ego no quiere reconocer, ahondar en sí. No quiere arrodillarse y pedir perdón y mucho menos obtenerlo, porque sería su fin. Quiere seguir enseñoreándose de nuestras potencias, campando a sus anchas en nuestra alma. Lo oirás bramar cuando te arrodilles ante el Santísimo Sacramento. Sentirás cómo huyen de ti las sombras. Haz la prueba, pero no como un teatro o una superstición, sino sintiendo el arrepentimiento dentro.
Libertarnos en Cristo quiere decir retomar el cetro y el dominio sobre el propio cuerpo-templo, saber que no somos esclavos de las pasiones y que tenemos poder para decir “no” a las tentaciones. Su Sacrificio puso fin a todos los sacrificios de animales y cosas, que se hacían en el Antiguo Testamento. Muchos aún andan en religiones dando de comer a dioses inexistentes, poniendo su fe en dioses hechos de barro, pidiendo bienes materiales, aunque ya han pasado 2000 años desde que Jesucristo instauró esta Alianza nueva y eterna.
Despierten, arrepiéntanse y crean en la Buena Nueva de la Salvación. Crean que pueden ser salvos. El Buen Pastor nunca nos abandona.
Pruebas y peligros? Él nos ayuda y protege con su milicia celeste, Todopoderoso. Hasta el final de los tiempos.
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