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Aliwen

REFLOTANDO RECUERDOS TURCOS

REFLOTANDO RECUERDOS TURCOS

He soñado estos días que subía un encrespado montículo, desoyendo a los que me decían que el esfuerzo no valía la pena. En la cima me esperaba el ansiado eremitorio: apenas unas ruinas de piedra, unos tablones, algún libro deshojado. A pesar del paupérrimo tesoro, no tengo sensación de fracaso: ahora me he liberado de la sed de saber qué había allí, pues tengo la respuesta: nada. Y sobre esa nada, como San Juan de la Cruz, construyo el siguiente paso del camino. De nada sirve pensar, "si no hubiera deseado". Precisaba el error, para aprender que la sed de saber es un obstáculo para saber.

Antes de descender me detengo en un recodo del camino, en ese territorio nebuloso entre el recuerdo y el sueño. Es un café en la cima de un promontorio, desde el que se divisa la bella adormecida Estambul. Corre en mis venas salep y danzas de derviches, lejano el mar oscila en la helada febrerina, cabalgando dos continentes.

Una joven escribe poemas en un rincón de la sala, es pálida y de mirada intensa. Los vidrios de colores acarician el dorso de su mano, que se desliza mimosa por el pequeño cuaderno, ajena a esta mirada de su otro yo que la observa desde el futuro.

Bullen unos versos "he ascendido la montaña del miedo, me queda aún la montaña del dolor". En esos lugares del alma, ficta loca, moradas interiores, habita un monje asceta que escribe mientras duermo. Su "nada" flota, me abraza y me hace sentir plena. La luna se baña en el Bósforo, vestida de poema. 

Despierto y me acompaña la saciedad. Aún no he dado nombre al nuevo monte.


 

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