TOGUN AYÉ, LA VOZ DE LA MADERA
Soy la voz de la floresta. Vivo como criatura divina en tu planeta. Respiramos el mismo aire. Mi esencia es carbono. Mi fluido vital, el agua. Me alimento de minerales.
Soy hogar de aves e insectos, de las plantas y del viento. Con él me comunico por caricias, ululo perseverante a todo ser un consejo de silencio, y sólo a veces crujo envejecido, o crepito al arder.
No hay rencor en mí, sólo entrega. Estoy siempre en paz y en armonía con todo lo que me rodea, a todos doy cobijo, a nadie rechazo. Mírame, soy todo abrazo de gratitud al alto, soy corola arborescente que se abre para recibir las bendiciones del cielo. Me estiro para crecer y donde no hallo espacio, leo los límites del aire y me prolongo.
Tengo flor y tengo fruto, tengo nido y tengo apoyo. Habéis olvidado que trepabais sobre mí para alcanzar nuevas visiones de horizonte, que vuestros piececillos se enroscaban en mis curvas y os columpiabais juguetones colgando de mis ramas. Habéis olvidado todas las noches que dormisteis sobre mí. Si os lo recuerdo no es porque reclamo, sino porque quiero vuestro bien y me apena ver que ya no sentís el calor de madre tierra en la planta de los pies, que ya no escucháis su corazón para tratarla con el respeto que merece y eso os enferma día a día, separándoos de vuestra verdad más íntima sin que os deis cuenta, engañados por falsos artificios y por voces de miseria. Vosotros, que fuisteis erigidos por el Creador con dominio sobre todos los reinos de este mundo, habéis apagado la centella divina en lo profundo de vuestros corazones.
Después de muerto aún me deslizo en papeles y muebles. Estoy en el lecho donde duermes y en donde comes. Solías calentarte alrededor mío en las noches frías sin luna. Usabas de mí sólo lo preciso, y nunca nos faltó nada, así la abundancia regaba nuestros campos.
Hijo y hermano, no olvides que aquí todavía guardo amor para ti. Coloca tu mano en mi tronco cuando te halles perdido, y lee en tu respiración mi mensaje. Abrázame cuando te sientas zozobrar y no caerás. Yo realizo la decantación de materia y espíritu. Allá donde no alcanzas a transmutar, ordeno distribuyendo lo etéreo arriba y lo denso abajo.
Cuando el Salvador se bautizó en la aguas del Jordán dejó en ellas su vibración como una memoria perenne. Aún podrás sentirla si la buscas, en cada gota de agua del planeta. Así, cuando su sangre penetró la madera de la Cruz, escribió en mí su amor indeleble. Con mi ceniza consagras tu frente para recordar que somos hechos de la misma materia primordial. Renaces después como el Ave Fénix, entendiendo que el tiempo apremia porque la carne fenece.
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