CAPÍTULO 3. DE LA ENERGÍA Y SUS FORMAS.
No existe acto sin intención. Todo ser que se proclama vivo posee voluntad. Existe sin embargo el acto sin conciencia. El progresivo despertar hacia la iluminación sólo puede darse en la conciencia plena del aquí y del ahora. Al inspirar nuestro cuerpo abre su energía a todo lo que le rodea, como una flor expandiendo sus pétalos. Si esa respiración no es plenamente consciente, damos entrada a energías ignoradas y nos convertimos en presas fáciles de influencias e intenciones no conscientes. Respirar en el amor es ser consciente de esa apertura, sin cerrarnos por miedo a ser invadidos. Al espirar, soltamos todo lo que se ha inhalado y no nos pertenece, sean pensamientos, emociones, visiones. La flor es una respiración lenta y meditativa.
La cruz como símbolo en pie, nos habla de que hemos de incrustar con profundidad nuestras raíces en la tierra, conectando con nuestro origen ancestral, con lo que somos en esencia, para nunca olvidar que la materia procede de la materia y a ella regresa. El tronco central se yergue enhiesto, firme, hacia el cielo. La visión colocada en el tercer ojo permite que la energía de nuestra kundalini progresivamente se vaya educando en la permanencia hacia la luz. Cuando pasamos a explorar esa distancia entre el chacra frontal y el coronario, descubrimos pasajes hacia otras dimensiones, (del presente al futuro de posibilidades). Abrir los ojos a la realidad es ser conscientes tanto de lo pragmático de nuestro cotidiano, como de la posibilidad de elevarse, del no estar sólo aquí sino también estar omnipresente en nuestro ayer (lo que fuimos), tanto como en lo que seremos. Esa es la inmanencia del espíritu. Es la simiente conteniendo la forma primigenia (pura potencia) del espíritu. Abrirse camino dentro de uno mismo es tomar posesión del trono de nuestro Khrisna personal, de ese niño intocado al que las escrituras hablan de que hemos de volver a ser para entrar en el reino de los Cielos.
El ojo distraído de su centro, de la misión del autoconocimiento, cae fácilmente en el juicio, desatando mil formas de pensamiento desvirtuado por el descontrol porque se halla desligado de la Fuente de toda Luz, de donde mana el Néctar Divino. Si el ojo persiste en la distracción, pierde tono y contención de los instintos; el ser no reunido consigo mismo vive fuera de su templo dilapidando su fuerza vital. El ojo desconcentrado de lo superior vive perdido, sin norte. Esa generación inconsciente de pensamientos alimenta emociones, permitiendo la entrada de sensaciones no deseadas cuya fuerza a veces nos desequilibra, arrojándonos fuera del trono que nos pertenece y colocándonos serviles a los pies de dueños innominados e instintos ciegos y tiranos. Si se persiste en el error del ojo, las manos comienzan a ejecutar acciones al servicio de esos señores. La cruz nos pide que nuestros brazos permanezcan alzados y abiertos en señal de que todas nuestras acciones han de orientarse a la Luz.
La Luz no desea de nosotros servilismo, sino que seamos parte de ella hasta llegar a ser la misma Luz (unión mística). Al iluminarnos interiormente, nos convertimos en estrellas autogeneradoras de luz. La Luz desea que nos reintegremos, reuniéndonos con la fuente original del Padre. Para ello, es precisa una entrega completa. Hay una diferencia entre la entrega (consciente) y el abandono (distonía). Algunos han malentendido esa relación Padre-Hijo como una dependencia emocional. Hay un punto de equilibrio entre el no, que nos vuelve rígidos innecesariamente y el servilismo del sí incondicional. El espíritu puro y libre no conoce el no inflexible ni la laxitud desintencionada: conoce la entrega consciente. Se curva flexible ante los obstáculos y las adversidades con la ductilidad del agua pero con la firmeza del bambú, manteniendo su dirección interior.
La luz del sol es una unión de agua y aire en el fuego: el mismo descenso del fuego que permite la condensación, permite al agua convertirse en vapor en la combustión. El cuerpo contiene tierra y agua como envoltorio sólido, mientras su esencia es aire (prana). Así, en el instante en que el espíritu se despoja de su forma para regresar a donde pertenece (la Luz) se produce una destilación y decantado del polo material hacia el aéreo y etérico. Es un salto dimensional, como el nacer, que exige la participación de la llama transmutadora, sin la cual no sería posible el proceso. La desintegración en el momento que llamáis muerte, puede liberar, mediante el fuego interior consciente, las densidades materializadas por el pensamiento, -que deriva del ego, pues el espíritu no piensa, sino que es-, elevándose hasta desligar la conciencia del cordón umbilical. El cuerpo es el último apego de la identidad a ser vencido. Al dejar de identificarse con la materia, ésta por fin reposa en su cuna túmulo, y el espíritu regresa a los aires donde vuelve a volar libre, viviendo en, de y por amor.
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