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CAPÍTULO 2. NUTRIRSE DE LUZ.

CAPÍTULO 2. NUTRIRSE DE LUZ.

Los pueblos que adoran el Sol como Astro Rey ven y sienten en Él el puro efluvio de la divinidad. En su irradiación cálida sobre nuestro chacra coronario percibimos que la distancia del astro con respecto a la Tierra es perfecta, divina, pues permite la vida y la alimenta sin calcinarla. Esa medida matemática y perfecta da imagen de la divinidad, pues sólo lo perfecto puede crear obras perfectas. Por sus frutos los conoceréis: si son Hijos de la Luz, actúan iluminando, son focos de luz para sí mismos y lo que les rodea. Pero pocos tienen luz crística por sí mismos, (Maestros iniciados, ascendidos, etc.), mientras hay una gran masa media que busca la luz.

Desde el átomo inicial que fuimos y que tendía hacia la luz de un modo vegetal (heliotropía, crecer hacia arriba y hacia la luz), fuimos evolucionando en grados animales hasta llegar a la actual especie humana. Ésta se halla desarraigada, olvidada de su origen y de a quién debe su vida y su llegada hasta aquí. Todos nuestros compañeros humanos son fragmentos de aquella mónada o unidad primordial, por lo que hemos de conseguir vernos en todos ellos como en un espejo que muestra lo que somos, y hacerlo con especial interés en aquellos que no comprendemos, que son el fiel reflejo de nuestra sombra y de lo que hemos olvidado ser y están ahí para recordárnoslo. Como no se ama lo que no se comprende, es necesaria una tarea de aceptación en nosotros mismos de los errores que vemos en el otro.

En ese camino ha de aprender también a reconocer los ciclos y las polaridades del género que en todo habita, unión de opuestos complementarios (yin-yang) donde se manifiesta la esencia creadora. Esa hermandad también es una escuela transitoria en el camino hacia la Luz. Continuando el vuelo hacia el sol se dejan atrás muchas estrellas, pero el espacio es infinito y se recorre a la velocidad de la Luz. Esa chispa de luz que viaja desde su origen no puede detenerse en las estrellas que halla en el camino, creyendo que son el Maestro, pues el único maestro es nuestro corazón, sede del amor, del perdón, laboratorio alquímico y altar de nuestro Yo Superior.

El tiempo entonces es medido en calidad de avance espiritual, pues sólo en los avances de nuestra capacidad de trascendencia y de sublimación se da un paso. ¿Cómo se avanza? Soltando. Se ha de vivir en presente total (eterno), aprendiendo el desapego amoroso, caminando atentos pero con equilibrio y centrados para no aferrarse, e ir soltando y liberando para poder elevarse y liberarse. Se atrae la liberación liberando.

Existe una dimensión ulterior una vez llegados a la luz máxima (iluminación, satori). En ese estadio el trabajo de elevación consiste en un trabajo que con el mismo método de ir despejando obstáculos, va comprendiendo más (en el sentido de entender, incluir, aceptar, hacer propio, integrar) para amar más. Esa íntima comprensión no es intelectual ni proviene de estímulos externos sino que nace de la auténtica introspección, que ve la comunión de lo que está fuera con lo que está dentro, que hace de observador y observado Uno.

Este caminar se da religándose paulatinamente más y más con el Padre Celestial, siendo cada vez más cercanos a Él por nuestra vibración, (ley de vibración), ejecutando acciones mientras estamos encarnados que demuestren de quién somos Hijos, lanzando ondas de afinidad hacia el Bien, siendo canal de la pureza, la caridad, la alegría, la paz, la compasión, la templanza o rectitud, etc.

Constituye un buen ejercicio ir borrando las memorias que se tienen de esta vida, porque una vez interiorizadas, hechas nuestras no precisamos acumularlas y podemos dejar ese espacio libre para otras novedades que están por llegar. Creencias, identidades, deseos, proyectos, recuerdos, ideales, prejuicios, pertenecen a la mente estática, al pasado o al futuro imaginado: al ego. Así, el secreto no es otro que diluirlas, desvinculándose de lo que fuimos para poder abrazar integralmente lo que somos y lo porvenir. Vacíos, nuestra capacidad de recepción de luz es mayor, como decía el místico sufi Rumi: “sed una flauta silente”, canal hueco y en silencio para poder acoger la simiente de futuro, que es por definición, ilimitado. Hemos de ser capaces de desprendernos de lo que queremos que sea o lo que creemos, para ver aparecer el milagro infinito de lo que ES, que por esencia supera siempre nuestras mejores expectativas. Vaciarse completamente, porque Dios nos da “lo que nunca se nos hubiera ocurrido pedir”.

 

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