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DOLOR Y MUERTE, UN RITUAL DE DESAPEGO Y TRASCENDENCIA

DOLOR Y MUERTE, UN RITUAL DE DESAPEGO Y TRASCENDENCIA

Dedico esta carta a mis padres, aunque creo que muchos seres podrán beneficiarse de ella. Quiero transmitir mis experiencias sobre el dolor y la muerte para ayudar a quienes se hallan en esos túneles que aparentan no tener fin, para comunicar que sí, hay siempre esperanza y luz al fondo. Para eso he tenido que morir más de una vez. La muerte nos habita: como decía San Francisco es nuestra hermana, es el broche final a una vida de trabajo y esfuerzo. El regalo del umbral último que nos abre paso a nuevas dimensiones de conciencia. Cada día mueren y nacen células en nuestro cuerpo, la piel, los órganos, todo tiene en este templo caduco su inicio y su final en sucesión, sin embargo la conciencia permanece incluso cuando se deja el habitáculo físico.

La enfermedad y la vejez son rituales de pasaje. En las antiguas sociedades esta fase se vivía con dignidad, los ancianos eran considerados los verdaderos celadores del conocimiento ancestral, antes de que existieran los libros y la memoria digital. Por ello eran respetados y considerados poderosos. Desgraciadamente el ser humano fue perdiendo el vínculo con la naturaleza y se olvidó de estas sagradas verdades, pasando a considerarlos, por necesidades materialistas, un estorbo, una carga inútil. Indudablemente esto genera depresión senil y diversas dolencias que podríamos llamar sociales. Existe una aversión a lo viejo, se compran productos nuevos en lugar de mantener y recuperar lo existente. En esa ola de consumismo desaforado, no se invierte en reparar sino en rápidamente comprar un sustituto. Cuando el cuerpo de un ser humano va perdiendo su vigor, no existe en esta sociedad un lugar donde pueda depositar todo el valor acumulado de su existencia: la sabiduría que no puede hallarse en los libros y que inevitablemente se pierde si no es transmitida de generación en generación.

El dolor es para los místicos apenas un pasaje de transmutación espiritual. Mediante la enfermedad, el ayuno, la vigilia, las llagas y los estigmas, los santos subliman el dolor en nombre de un Bien mayor, por fe, por amor a Cristo. No he hallado en otras religiones no tienen un tratamiento del dolor como vía ascética o de transcendencia, por eso traigo a colación la cristiana.

Cómo esta comprensión puede ayudar a las personas que se encuentran en su edad dorada es lo que vengo a compartir. La vida es un presente donde ponemos en acción nuestro libre albedrío buscando nuestra felicidad y realización. A veces se cometen errores, o también llamados pecados. Yo prefiero llamarlos lecciones. La diferencia entre un error y una lección es que del primero no se aprendió y tiende a repetirse. Los desafíos que vamos encontrando en el camino son oportunidades de aprendizaje, las crisis, las separaciones, la muerte de seres queridos, la pérdida de un empleo, la pobreza, son situaciones que nos colocan al borde de nuestros recursos y que necesariamente nos obligan a una adaptación y recomposición de nuestros sistemas de creencias y valores. El adolescente ve mudanzas en su cuerpo e identidad, explosiones hormonales nunca antes experimentadas que se ve obligado a aceptar como propias, integrándolas en su yo. El anciano también ve decrecer sus fuerzas y conociendo nuevos límites a sus movimientos, en rapidez y precisión, debiendo reaprender el mundo, a veces con pérdida de los sentidos (oído, vista, etc.). Sería cruel decir que todo lo que nos llega en esa fase de la vida es fruto de nuestra conducta, pero hay que reconocer que en algunos casos sí es así. Por ejemplo la ignorancia que se tenía del tipo sanguíneo o de las tendencias genéticas, hacía que enteras generaciones de familias murieran de las mismas enfermedades. Hoy esto ya es un estudio que forma parte de la cabecera de cualquier ser que quiera mantenerse saludable. La sociedad provee abundante información capaz de mejorar nuestra calidad de vida. Es preciso, desde luego, fortalecer nuestros hábitos y colocar conciencia en cada acto, desde el control en la ingesta de azúcar, hasta revisiones periódicas del corazón.

En un entorno donde uno es importante o valorado en función de lo que produce, es evidente que el anciano lleva las de perder. El descuido en la educación en valores de las generaciones de niños que están llegando, crea personas carentes de escrúpulos que un día se verán en la misma situación que sus padres y abuelos y recogerán los frutos de lo que hayan plantado.

Ahora bien, cómo se puede hacer del dolor parte y no obstáculo en una transición hacia el desencarnar. Veamos qué es la muerte. La muerte es simplemente el paso hacia una existencia no carnal. Es preciso y justo que el espíritu se vaya desprendiendo de lo que no precisará, y que vaya también cerrando los capítulos de las tareas que vino a desarrollar, tareas que podrán ser retomadas por el ímpetu de las nuevas generaciones ávidas de trabajar y dar canal a su energía vital. El éxito no está en no tener fracasos, sino en la manera en que éstos se afrontan. Por eso, afrontar con inteligencia, buen humor, quitándole importancia a las cosas que antes la tenían, para ir sutilizándonos, logrando mayor flexibilidad ante las progresivas pérdidas. Todo ello nos hará más capaces de avanzar en el camino del desapego total. Quienes logran completar ese proceso aún en vida son llamados iluminados, porque ya dejan de temer la muerte como un final.

Saber dejar ir, saber ceder el cetro, saber confiar en que el mundo seguirá su camino sin nosotros es duro, pero puede hacerse desde la alegría, vivir cada día como si fuera el último, despidiéndose, dando todo de sí, no dejando nada para mañana, para que nuestra conciencia en el momento del adiós definitivo, no se quede sufriendo por lo que dejó sin hacer. Hay algunas cosas que se quedarán inevitablemente inacabadas y debemos saber esto y hacerle espacio desde ya en nuestras vidas, comprender esa realidad y aceptarla. El ser humano es finito, aunque su espíritu sea infinito. Aceptar esta finitud es parte de la enfermedad, observar con amor el progresivo deterioro de la maquinaria en nuestros sistemas corporales, agradecerles el servicio prestado y comenzar a caminar hacia el que sabemos será nuestro destino, con dignidad, con conciencia, con calma y atención, con serena confianza. Cuanto más dolor se experimenta en el cuerpo, más luz llega. Por eso los místicos castigan sus cuerpos, en la esperanza de obtener mayores gracias en los cielos a los que aspiran por amor. Es claro que no todos tienen fe o misticismo para dar este paso, pero es cierto que cualquier persona habiendo madurado y aprendido con sabiduría sobre las experiencias atravesadas, poseerá suficientes herramientas para aproximarse a su destino.

La enfermedad terminal es en ocasiones el camino que nos conduce a ese umbral último. La cuestión no es pasar sin dolor o sin pruebas en esta existencia, sino en cómo la pasamos, si hacemos el Bien, si nos torturamos con exigencias, si no sabemos amarnos ni amar a los prójimos que llegan a nuestro lado. Créanme, el dolor de la conciencia que no está en paz es infinitamente mayor que cualquier dolor físico jamás existido, porque mientras la materia regresa a su origen, la tierra, la conciencia se eleva a los éteres con toda la carga no asimilada, no trascendida, no superada. Y esa es la verdadera muerte.

Así pues, vayamos trillando nuestro camino y plantando buenas semillas en fértiles tierras para que no nos sorprenda con el trabajo a medio hacer. Busquemos la luz sempiterna: el Maestro está con nosotros hasta el fin de los tiempos.

1 comentario

Alvaro -

Me emociona poder leer con tanta belleza textos con un contenido en ocasiones tan triste. Gracias por regalarnos un pedacito de amor que transmites mediante este blog.