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Ceu do Mapia

Ceu do Mapia He regresado. Cada paso, cada minúsculo gesto de mi pasado ocurrió para conducirme aquí. Los errores se han convertido en lecciones, los dolores en espadas. Las espadas en amor.Dispuesta para el sueño, flauta sin dueño, fui creando recuerdos artesanalmente y persiguiendo rastros de mapas. Los árboles gigantes de la América del Norte apenas presagiaban la selva tropical que he visto en Rio Branco, Boca do Acre y Ceu do Mapia.El viaje comienza con un salto de fe, sin red. Atraída por las leyendas de arqueólogos, de calendarios mayas y petroglifos tras las cascadas, atraída por la lucha de Chico Mendez y de todos los que apuestan por la salvación del planeta y no por su condena, comencé a caminar. El camino comenzó a caminarme.Llegué la noche del día 15 de enero a Rio Branco. En la terraza a oscuras del Hotel dos Viajantes la figura sentada de Benjamín, compañero de aventuras, esperaba fumando y tocando la armónica, como un gaucho pampero sin caballo. Tras un reparador descanso, amanecimos temprano al alba. La selva es silenciosa en la mañana, limpia y despeinada hembra tras el placer. En su luz uno empieza a comprender que todos pertenecemos ancestralmente a la selva, desde los primates que fuimos en aquel planeta donde todo el suelo estaba cubierto de árboles.Los troncos a la orilla del Rio Branco se anudan y son amplios como hogares. En el agua parda y calma el lomo de un delfín rosa (boto), hijo de leyendas populares, cruza en diagonal desde la otra orilla de la curva hacia nosotros, como si quisiera saludarnos. La mariposa negra con ocelos azules que reposa en el ojo del tronco anuncia, al acercarnos, junto a gorjeos de pequeños pájaros la entrada a un nido. Las especies conviven en perfecta sintonía. Cada detalle habla de un viaje sin marcha atrás, de una Alicia que queda devorada por la selva y de otra que nace alada, llamada Árbola.Abrirse por completo y ultrapasarse para llegar, primero por aire en avión, como una semilla voladora, desde Brasilia a Rio Branco. Luego por tierra en ómnibus de Rio Branco a Boca do Acre, por caminos lodosos y polvorientos, de tierra roja arcillosa. A ambos lados de la carretera, el paisaje ha sido devastado por la empresa del caucho. Solitarios altos árboles se alzan ennegrecidos por rayos humanos, testimoniando la altura que el bosque tenía antes de la llegada de los depredadores que trajeron el desequilibrio. Solos, pero dignos, aún suspiran por la vida, con copas ralas que buscan el cielo, que apenas soportan no tener hermanos cerca que sostengan sus ramas, que definan dónde acabar. El individualismo en postal. Aprendo viéndolos que el árbol más alto es el más fácilmente hendido por el rayo.Niños pescando y cometas de colores. El gallo canta nuestra partida y una mariposa violeta y naranja se posa en nuestra voadeira justo antes de zarpar como si olisquease nuestro equipaje contagiándolo de ligereza.Al ir avanzando por el río, con la lluvia, hay una liberación, un llanto, porque se flota y fluye, porque se rompen miedos y límites de uno mismo. El cuerpo ya no es un obstáculo, sino puerta, la piel. Siento la espiral del regreso escribirse en mí, he vuelto a casa. Tras el viaje por aire y tierra, continúa el recorrido por agua (tierra arrastrada sin sedimentar). Primero el Rio Acre, luego el Purus y por fin el Mapia. El primero es ancho y caudaloso. El segundo deja que te deslices entre arbustos y lianas, paraíso vegetal lagunáceo, como aquel en el que se sumergió la Ofelia prerrafaelita. El último es un delirio de placenteras curvas. Aromas de flores y frutos desconocidos salen a recibirnos como nubes húmedas. Un pájaro azul nos guía entre los vericuetos de esta ruta sin señales escritas, donde aún impera el reino de lo telúrico, de lo que no necesita letras ni memoria porque está conectado con la madre fuente. Creemos que sea la intuición la que va guiando a nuestro barquero, porque no concebimos cómo puede orientarse en esta naturaleza perennemente cambiante, pero le guía el corazón con certeza diáfana. Cobra sentido la figura del Barquero Caronte, ese ser entre dos mundos que atraviesa el Río del Olvido, el que en la mitología separa la vida de la muerte, conoce cada árbol y cada curva del río. Al final, fuego. El viaje por fuego para evaporar y consumir residuos. Purificarse. La primera voz dice: “Has venido a dar”.En la primera mañana, limpiando hojas aprendí la aceptación. Las hermanas cantan la misión de alegría y me aparece, mientras lloro comprendiendo, una hoja con un pequeño corazón dibujado por los dientes de algún ser. Cada hoja que pasa entre mis dedos parece el rostro de un ser, como si desde este inocente juego se limpiasen las almas de la humanidad… Me enseñan a ver lo bueno en todos ellos, limpiándolos con mis lágrimas. En su limpieza, me limpio yo misma, me fundo con todos los seres de la tierra. Renazco.Me acompaña en estos descubrimientos Rosilene, una niña de 12 años. Me lleva a la Santa Casa, en cuya cocina se preparan ungüentos y hierbas medicinales. Me lleva a bañarnos al río y me da una lección de confianza. He oído hablar de las cobras, de las rayas, de arañas, de pirañas. Antes de saltar desde una canoa aparcada en la orilla, salpica, lanza arcos de gotas que crean una catedral de luces. Llama a su prima Valkiria, que vive en la otra orilla, quien parece responder desde otro mundo, mágicamente. Ríe a carcajadas cuando se quiebra la rama en que me apoyo y casi caigo. La conexión da confianza. Quién iba a decir que yo, la antigua escéptica, iba a ser enseñada por los niños a confiar, y que en este baño, me bautizan en fe en Madre Natura.Me dejo arrastrar por los acontecimientos y lo simple. Veo en el camino niños que juegan con canicas. Dibujan un triángulo en la tierra y colocan 14 dentro, luego las sacan golpeando con otras, como almas que van cayendo fuera del triángulo y caen aquí. Conozco a Linda B. Grace, beso de aire puro llegado de California. Me habla del yoga y comprendo que todos somos el mismo aire.Los niños me persiguen, son otra de mis puertas. Ellos, cuando me permiten dibujarles, cuando me buscan para que aprenda sus juegos, quieren jugar conmigo tratando de sacar mi niña interior. Quieren salvarme.El día siguiente prosigue entero con sesiones de masaje terapéutico, reiki, quiropráctica, acupuntura, etc. Diversos profesionales se ponen al servicio de la comunidad y de los turistas. Un indio grita en la selva. Por la noche todos bailan con tambores y cantos. Danzo entre otras muchachas alegremente en un círculo hasta el agotamiento. Al día siguiente Rosilene me lleva a pasear en kayak. Aprendo a remar y a leer las corrientes como los peligros de la vera del río (Igarapé). Canturreamos: Cuando me llamen me iré por el Igarapé… Más tarde en la mañana emprendo el camino por la selva hacia casa de Maria Alice. Dirige una ONG, Centro de Medicina da Floresta (CMF), y trabaja con esencias florales de la Amazonia. En su casa trabajo con Hierbaluisa y con Hierba de San Juan (hipérico). Pero lo importante no es el fin sino el camino, y en él, aprendo a respetar la corriente de hormigas bajo mis pies, a poner mi planta en la tierra sin pisar a ningún ser vivo. Observo cada rama y cada arbusto y me nutro de belleza. Los pájaros silban en qué dirección he de ir. No hay miedo. Sólo amor. Siendo una con esta naturaleza palpitante es como puedo atreverme a ir sola y descalza y no ser picada por escorpiones ni serpientes ni fieras. Manteniendo mi mente limpia de malos pensamientos es como repelo a los insectos. Cada ser en torno sabe el color de mi corazón, siente perfectamente mi vibración y si no estoy en sintonía con lo que me rodea lo sienten y me agraden, pueden oler el miedo. El miedo habita donde no hay amor, así que ando en paz y abro mi corazón, entregándome, dispuesta a morir si es necesario. Sólo cuando me he atrevido a afirmar eso, la vida me regala visiones nuevas, y me susurra, “no todavía, tenemos cosas que hacer”, y me llena de una alegría inusitada, de una luz más brillante casi cegadora, como lo es el sol para quien regresa de la oscuridad.Es muy importante amar, respetar y aceptar a toda la flora y fauna. Es muy importante diferenciar un pensamiento de una emoción. El corazón habla claro y siempre en presente, que es la única puerta para la dimensión eterna. La mente es la que elabora, rumia, cosas del pasado y del futuro. Pero el secreto está en ser y sólo ser, y no confundirse, pues para ser hay que no ser primero.Hoy me toca trabajo en casa: lavar, trabajar el barro, cocinar, dibujar y pintar mandalas con los niños. No son precisos grandes proyectos, Aquí un poco es mucho porque se proyecta a todos los estadios. Recoger un solo papel es recogerlos todos, es ser maestro con el ejemplo. Pintar un mandala es una introducción a la geometría sagrada, que nos enseña desde todos los elementos presentes en la naturaleza alrededor. Al igual que un solo árbol sobreviviendo sirve como símbolo de la resistencia y ES la resistencia. La selva en la mañana es un manso pelaje de cúpulas verdes. El tono gris perla del horizonte anuncia un día nublado. Leer a los místicos es empezar a comprender, ir construyendo el puzzle. Eso también es lo que se ha de enseñar a los niños, a componer un puzzle que está esparcido. Mediante esa unión de piezas alejadas que en verdad son una sola cosa (y forman parte de un plan más alto) es como se muestra la divina unión de todo lo vivo.Es estando dispuesta a quedarte cuando puedes irte. Es cuando la caña dura se hace flexible: “Sé como el sándalo que perfume el hacha que le hiere”.Llueve y brilla el sol y se nos regala un día con almuerzo fuera, en casa de Doña Francisca, la madre de Antonio Carlos, nuestro barquero. Llegan puntuales al encuentro y sin previo aviso Piero e Ita, una pareja de amigos italianos. Hablamos de Asís. Luego nos bañamos con agua del pozo, comemos helado de açai. Ya en la hamaca escuchamos cómo recomienza la lluvia sensualmente y nos abandonamos al mecer de sus gotas y al silencio del descanso.Al día siguiente nos invitan a comer a casa de Leonardo y Aurora, son madre e hijo, colombianos, viven en una cabaña en  las afueras del poblado. Su cocina es apenas una choza. Al regresar un caballo salvaje de color canela pasa corriendo frente a nosotros. Nuestro amigo Vito, un joven de Goiania que nos ha invitado a pasar las dos últimas noches en su casa, viendo la furia hípica, me previene y aconseja acercarme a un árbol. Entonces el caballo desbocado se calma y nos mira como si comprendiese algo que nos escapa. No sé si nosotros le damos una lección o él a nosotros, pero nos mira fijamente por espacio de varios minutos. Tiene una cruz blanca en la frente y su rostro expresa paz. Luego nos separamos alejándonos sosegadamente.Por la noche la luna llena hace vibrar y prepara la comunión con las aguas y la identificación, tan femenina con el mar. Los lugareños llaman a esta presencia Jemanjá.Fui. Vine a este confín del mundo porque ya no me quedaba nada que perder. Regreso llena de fe del lugar donde no existen piedras, uno de esos ríos del inicio de los tiempos geológicos, como el Nilo, el Tigris o el Eufrates.Regresando a la realidad, el alma va como el agua por lo profundo del paisaje y me da por pensar que al cielo no se llega por aire ni por tierra, sino por agua. Al menos a este cielo. Las aguas reflejan los árboles y el azul con nubes blancas. La floresta de los árboles vírgenes (mata vírgem) habla de tiempos prehistóricos en los que se podía construir una canoa a partir de un tronco. Cuando la mata vírgem fue arrasada nació la capoeira, una especie de flora que estaba latente en la tierra como semilla de otros tiempos preestelares. Benja trazó una cruz en mi frente con almizcle, olía a eucalipto intensamente. Fue como una confirmación. Entonces, en la floresta, un árbol cercano se desprendió y cayó con manso estruendo. Por cada humano que cree cae un árbol, abrazar árboles es entender nuestra procedencia. Plantar árboles es salvar no sólo oxígeno para el planeta, sino también salvar, una a una, almas.

1 comentario

Sergio -

Has conseguido emocinarme, que tus ojos fueran mis ojos, tus sentidos mis sentidos... en unos meses visitaré las selvas de méxico y guatemala. Simplemente espero rozar, apenas, la infinidad de sensaciones, matices y detalles que tú consigues no sólo ver, sino plasmarlos en palabras de una manera magistral.
Me encantas!.
Te deseo mucha suerte en tu aventura brasileira y que sigas viendo el mundo con esa visión tan especial.

Un beso.