El Proceso Creativo (Poiesis)
Cuando me siento a escribir acuden a la mano mil conclusiones que mi cerebro ha venido largamente elaborando, de manera inconsciente o no. Se agolpan en las yemas de los dedos y hacen salir brotes germinales de color azul, y esos garabatos besan lo que serán, madera, papel. Aliciaárbol se une en matrimonio a su venerada musa y aparecen los nuevos hijos, sonriendo y llorando, máscaras todas de mis yoes en momentos pasados. Por lo general, comprendo mis versos a posteriori, y no siempre. Mi evolución espiritual camina renqueante como un viejo clochard al lado del carrito de sus creaciones, a las que mira a veces con espanto, otras con admiración (esa admiración que se profesa hacia lo que no se comprende, y que mal entendida torna en miedo).
Pero recientemente escribí un poema. Era un final de ciclo. "¡Ahá, me dije, esta vez te he alcanzado!". Y le pisé las faldas a mi madurez, firmando en presente absoluto, una con mi momento. Al cabo de sólo dos semanas, ese precario equilibrio que creí alcanzar volvió a oscilar. Mi ser ha dado otro giro de tuerca a su organillo callejero, una de esas vueltas sin marcha atrás, que fuerzan un poco el mecanimo y lo hacen chirriar a disgusto. Y ahí me vi, atolón incendiado, reina del arrecife, tsunami violento, agua hacia el cielo, géiser contra toda la lluvia.
La vida es ese equilibrio dinámico, funambulismo sobre método cartesiano (coordenadas espacio-temporales). Salto, alehop, casi caer y volver a recomponerse, la reina del drama con el rímel corrido y esas lágrimas negras a lo Bebo&Cigala como mi vida. Venimos a descubrir, pero somos apenas, fértil decadencia. "Canto, canto porque he resucitado/vivaz, alegre porque te amé, canto. Silbo melodías a merced del viento, soy/ flauta sin dueño."
Temí que como en la adolescencia me ocurriera con la religión, el lenguaje también se convirtiera en una camiseta que me iba pequeña. El mutismo, y su hermana muerte, ya no son tabú ni obstáculo. Antes bien, vienen vestidas de un blanco pacífico. Como la espuma de la gran ola de Hokusai.
Pero recientemente escribí un poema. Era un final de ciclo. "¡Ahá, me dije, esta vez te he alcanzado!". Y le pisé las faldas a mi madurez, firmando en presente absoluto, una con mi momento. Al cabo de sólo dos semanas, ese precario equilibrio que creí alcanzar volvió a oscilar. Mi ser ha dado otro giro de tuerca a su organillo callejero, una de esas vueltas sin marcha atrás, que fuerzan un poco el mecanimo y lo hacen chirriar a disgusto. Y ahí me vi, atolón incendiado, reina del arrecife, tsunami violento, agua hacia el cielo, géiser contra toda la lluvia.
La vida es ese equilibrio dinámico, funambulismo sobre método cartesiano (coordenadas espacio-temporales). Salto, alehop, casi caer y volver a recomponerse, la reina del drama con el rímel corrido y esas lágrimas negras a lo Bebo&Cigala como mi vida. Venimos a descubrir, pero somos apenas, fértil decadencia. "Canto, canto porque he resucitado/vivaz, alegre porque te amé, canto. Silbo melodías a merced del viento, soy/ flauta sin dueño."
Temí que como en la adolescencia me ocurriera con la religión, el lenguaje también se convirtiera en una camiseta que me iba pequeña. El mutismo, y su hermana muerte, ya no son tabú ni obstáculo. Antes bien, vienen vestidas de un blanco pacífico. Como la espuma de la gran ola de Hokusai.
1 comentario
weblara -
Besos y sabes q no te olvido.