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ALTAMENTE SENSIBLES, ALTAMENTE HUMANOS

ALTAMENTE SENSIBLES, ALTAMENTE HUMANOS

ALTAMENTE SENSIBLES, ALTAMENTE HUMANOS

Caridad, sensibilidad, soledad. 

Las personas altamente sensibles se saturan rápido: pueden parecer impacientes, egoístas o desconsideradas, especialmente cuando se encuentran en una situación vulnerable: cansadas, exigidas, estresadas. Si les pides ayuda te dirán siempre que sí, pues son pura compasión y empatía, pero puede que a veces la rosa muestre espinas, y descubras a un ser irascible, incontrolado emocionalmente, agresivo, indiferente, frío. Sentirán que las juzgas y eso aumentará su tristeza, sin que ni por un instante hayan querido hacerte daño. El exceso de emociones puede dejarlos en stand-by, no te rías de ellos, están lejos de ser autistas. Sentir demasiado a veces se disfraza de insensibilidad: numb, dicen en inglés. Está como sordo… de tanto ruido.

A este tipo de personas les encantaría tener la fortaleza de permanecer en una multitud sin sentirse desbordadas ni invadidas. Les encantaría salvar al mundo, porque sienten todo su dolor, pero tienen solo dos manos, y a veces las necesitan para sí mismas, o para los suyos más inmediatos. Los que siempre se donan, han de parar para tomar fuerzas porque no hay fuente infinita en este cuerpo mortal, ¿qué darán si no lo tienen para sí mismos? Al fin y al cabo, si amamos es porque Él nos amó primero.

Medita en Jesús en el desierto. Así son sus almas, sedientas de soledad. No hablo de la soledad depresiva de saberse solo en la muchedumbre, sino de esa soledad total, silencio, espacio cero donde vaciar todo lo que se ha ido cargando, propio y ajeno, y volver a la propia esencia.

Tiene tesoros ese desierto aparente. Cuando están solos suficiente tiempo, las aguas van amansando, los problemas van quedando lejos y pequeños como madero a la deriva. Se paran a respirar, a mirar una flor y se pierden en su inmensidad. Entonces todo se vuelve fácil, simple, claro, como si se volviera a nacer. De ese remanso uno sale renovado, con ganas de ayudar, de donarse de nuevo, de vivir. Se nutren de detalles y belleza, de armonía y silencios. La complicidad es para ellos un tesoro; la confianza, un regalo; la amistad verdadera, un sentimiento con vínculos estrechos por alguien por quien darían la vida, fielmente.

Pero ay de aquel que no conoce sus límites, que no detecta sus cambios de humor y sabe poner freno a su lengua cuando el agotamiento le lleva a la debilidad interior. Conocerse quiere decir respetarse. Cuando me respeto, respeto al otro: soy capaz de dar un no por respuesta sin sentirme culpable y también soy capaz de recibirlo sin dolerme el orgullo. Cuando soy maduro en sensibilidad soy capaz de observar sin identificarme, de delimitar lo mío de lo ajeno, soy capaz de convivir con lo diferente sin pretenden cambiarlo.

A todos nos falta humildad y nos sobra egoísmo. Sin embargo, hay un egoísmo sano, cabal y es este: el de reservarse unos minutos al día para ser uno mismo, orar, meditar, vaciarse. Ser uno mismo sin máscaras ni corazas, sin tener que agradar ni fingir, sin tener que forzarse ni esforzarse. Ser la flor, ser el ojo, ser el lago. Y luego estarse quieto, mirarse en las aguas del propio lago, verse despacio. Muy despacio. Hasta entenderse. Hasta amarse. De nuevo. Porque para poder amar, hay que amarse.

Somos naturaleza y tenemos otoños e inviernos. Es gracias a ellos que la primavera regresa cada año. Si violentas tus estaciones, cómo no quieres que los otros te violenten y abusen? Mira el cambio climático, espejo de nuestra locura, de nuestra explotación de la tierra madre, imponerle ciclos, alimentar sus hígados para que engorde a la fuerza, castrar sus semillas, injertarle otras especies. En qué estamos convirtiendo el paraíso?

Entender que lo que otros juzgan una tempestad en un vaso de agua, para ti es tempestad entera. Perdonarles por no entenderte, pero hacerles comprender también que somos muchos diferentes, que esos muchos que “sentimos demasiado” no estamos aquí para ser compadecidos, juzgados, corregidos, psicoanalizados, medicados, normalizados. No. Solo queremos ser aceptados y respetados. Nosotros cumpliremos la misión de mostraros ese otro mundo que la sensibilidad ofrece: en arte, en palabras, en música, en trascendencia. Y vosotros, no ridiculicéis nuestras manías, nuestras frases profundas, nuestro perfeccionismo, nuestra capacidad de detalle, nuestra susceptibilidad, nuestro constante dar vueltas a las cosas. Porque no imagináis lo que es vivir con esa cantidad de estímulos y darles orden cada día. Cada bendito día.

Por eso si tienes un amigo/amado sensible, escucha sus ojos cansados cuando te dice sí y sabes que debe decir no, y dile “vuelvo en otro momento”. Respira lento junto a él cuando alguna frase haga brillar lágrimas en su mirada. Ofrécele tu escucha imparcial cuando lo sientas tenso, deja que su torbellino interior entre en ebullición y por si solo se desvanezca. Asiste al espectáculo de la auto-regencia. Confía en su don de intuición, anímale a que escuche más su saber interior, pues casi siempre lo trae herido desde la infancia. La vida es, más aun para ellos, una batalla. Avisa antes de llegar, no le agradan las sorpresas ni los imprevistos, sé claro en tus peticiones, no drenes su energía, aprende a leer sus necesidades: un té, un masaje, un rato de lectura, un paseo por la playa o la montaña, al atardecer. No te ofendas si prefiere una actividad a solas antes que ir a ese evento, o acompañarte de compras, o acudir al local de moda. Su elección no tiene que ver contigo. Simplemente, no es su vibración, no es lo que le recarga.

Aprende a amarlo en su belleza singular, en lo que trae a este mundo. Muchos han pasado por depresiones, por intentos de suicidio, por drogas y evasiones. Son psiques en las que las heridas pueden tardar más en cicatrizar. Son supervivientes. Merecen tu respeto y tu cariño. Están aquí por una razón y vienen para quedarse. 

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