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Dharma: la felicidad no escribe

Dharma: la felicidad no escribe La felicidad no escribe, la felicidad engorda. Mitos falsos. De niña solía dibujar infinitud de veces un paisaje de sol redondo y amarillo, un cielo azul chillón, y una casa entre montañas y ríos. Mi abuela me enseñó que todo lo que deseas de corazón se cumple, pero yo era muy joven para entender la responsabilidad que eso implica. Lo olvidé y ahí, buscando, vinieron los libros de pensamiento positivo y autoayuda y filosofía y religión comparada y todo intento intelectual de acercarse a lo evidente. Todos los caminos condujeron a donde estoy: Paraíso o Cielo. Cada vez que mi trabajo me lo permite me escapo a una casita pequeña y sin muebles que está a unos 50 metros de una pequeña cascada. La he bautizado Dharma. Sólo se accede a pie. Llego en bicicleta o en transporte público. Allí tomo el sol, me tumbo en la hamaca a leer o hago ganchillo. Quedan pocos lugares así en la Tierra y dentro de poco serán sólo un viejo recuerdo. Me levanto con la luz del alba, el relinchar de los caballos, el piar de los colibríes. Me duermo oyendo el rumor del agua y deseando que los hijos de los hijos de mis hijos puedan deleitarse con estos tesoros sin precio que estamos extinguiendo por ignorancia y malempleo. Calculemos cuántos litros de agua dulce e inocente se van y no volverán a nuestras manos, a nuestras bocas, por no hablar de los contaminantes químicos. En esta casita me he propuesto generar cero residuos, y todo lo que antes iba a parar a una bolsa de basura lo miro durante un rato antes de arrojarlo, buscándole una segunda utilidad. Las bolsas de plástico, unidas y forradas, me sirven para frenar las corrientes al pie de las puertas, los frascos son todos reutilizados, los de plástico y los de vidrio, generando una vajilla de última generación. Las cenizas del incienso y las flores secas configuran unos saquitos de olor para la ropa, los restos orgánicos van para el jardín, que en breve plantaremos con semillas de romero, menta, albahaca y otras delicias culinarias. Hay un frigorífico abandonado entre la maleza. Un vecino nos dijo que se puede construir fácilmente un secador de fruta. Quisiera que mi existencia no deje rastro, y sea como un pensamiento que se lleva el viento, leve y sutil huella de una vida ida y feliz, resuelta, realizada.

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