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EL LENTO AMANECER, CRECIENTE TRANSPARENCIA

EL LENTO AMANECER, CRECIENTE TRANSPARENCIA

Cuando se aproxima la luz nuestras sombras salen a relucir, por eso en los periodos de aparente desastre debemos estar más atentos que nunca para aprender la lección que el universo nos ofrece en bandeja de oro.

El perdón es una ecuación bidireccional: yo perdono y en la misma medida soy perdonado en esferas mayores. Nuestra consciencia por su limitación nos impide ver el efecto total de nuestros actos, pero “las altas esferas” realizan la limpieza total en la medida en que el individuo se entrega y humilla sinceramente. El perdón tiene, como la piedra lanzada al lago, sus ondas expansivas.

Cuando profundizamos al máximo en el perdón, aprendemos de él todo lo que viene a enseñarnos, aprovechamos su cura que irradia en todos los aspectos de nuestra vida y elevamos nuestro ser.

El trabajo propio es reconocer las culpas y manifestar arrepentimiento, no sólo directamente a los seres a los que se ha dañado, con humildad y firme deseo de no recaer, sino también al Padre.

Los vicarios de Cristo poseen el don, instituido por el Espíritu Santo, de perdonar los pecados. No dejo de maravillarme ante este sacramento de la reconciliación. Como lo verdadero, es simple, pero contiene hondos efectos. Cuando nos evadimos de este “dar la cara” porque afirmamos no creer en la iglesia, o porque desconfiamos de los sacerdotes, no sólo el demonio se alegra de alejarnos de la fuente de todo bien, sino que crece su poder sobre nosotros. Cuando no queremos declarar nuestros males a terceros porque nos humilla, porque no hay arrepentimiento y queremos seguir en la actitud equivocada, porque no vemos aún la maldad contenida en nuestros actos, escepticismo, egoísmo, vanidad, vergüenza, timidez, cobardía, pereza, incredulidad, ignorancia, falta de confianza, falta de fe, miedo y deseo de huir de la responsabilidad, se apoderan de nosotros.

En mi breve caminar nunca encontré un padre que se negase a perdonar mis pecados, e incluso perdonaron aquellos que yo no recordaba, ¿hay dádiva mayor? Los secretos de confesión salvaguardan nuestra intimidad; puesto que ante Dios todo es visible, y dado que su Luz ha de regresar, y ya lo está haciendo, animo a que vayamos limpiando el recinto del corazón, porque a medida que la luz avanza, todas las mascaras caerán y con la transparencia creciente, todos los pecados serán visibles para todos, y entonces ya no habrá tiempo. Aprovechemos por tanto este precioso tiempo de reconciliación y misericordia.

Pidamos a Dios que nos ilumine para poder limpiar a conciencia cada rincón, cada detalle. A veces recuerdos olvidados salen a flote, aunque ya no los cometeríamos, sus llagas dejaron cicatrices que el maligno husmea como can ávido, y busca reabrir. Sellemos esas heridas. Tengamos el valor de reconocer nuestros errores, pidamos fuerza para no salir corriendo, estabilidad y firmeza para aguantar el reajuste que ello implicará en nuestro entorno y nuestra sociedad.

Yo puedo perdonar, pero si no asumo que en el conflicto tengo parte de culpa, y pido perdón por ello, no pasa de un gesto de falsa magnanimidad que esconde más orgullo y prepotencia que sinceridad. Para que el perdón sea profundo y verdadero, debe ser total, incondicional. Facilita mucho la tarea que el otro reconozca sus errores, digamos que minimiza el peso de la culpa, hace que tengamos que descender menos, hasta un nivel de igualdad donde el otro se reconoce hermano y co-causante. También a nosotros nos gustaría que nuestros verdugos nos ayudaran en ese trance, así que facilitémoslo cuando se nos dé la oportunidad, no seamos cerrados, duros de corazón, porque recibiremos lo que demos. Y, ¡tanto nos es perdonado! que, ¿por qué íbamos a aferrarnos a esa falsa superioridad? Tarde o temprano todos podrán ver nuestro interior, no demoremos en limpiarnos.

Meditemos sobre por qué hemos atraído a nuestra vida esos eventos, qué hay en nosotros que resuena o vibra en esa frecuencia. Aun cuando no consigamos detectarlo, pidamos perdón, por lo consciente y lo inconsciente. En este sentido los sueños son buenas herramientas. Puede que mi vigilia sea recta y yerre poco, pero que en sueños alguna parte de mí continúe vagando por inframundos, asistiendo escenas terribles. Lo importante es entender que formamos parte de un único cuerpo (Iglesia) que se cura a través de todos sus miembros, porque donde hay amor hay unidad. Por otro lado hemos de identificarnos con todos los elementos del sueño (inconsciente, subconsciente) y pedir perdón como asaltante y como víctima, como perseguidor y como perseguido. Creo que muchas veces somos víctimas de lo mismo que ya causamos a los otros. Nadie está impune. La humildad de reconocerse pecador es el primer paso para que la puerta inciática se abra, porque como se dice en Indiana Jones ante el Grial: "sólo el penitente pasará".

Infelizmente muchos seres o partes de nosotros aún habitan territorios de conciencia densa cuya oscuridad impide ver las propias faltas. No ha de tardar el momento en que todo se desvele; ya hemos empezado a sentirlo en nuestras vidas, mostrándose a la luz las falsedades, lo escondido. Tengo la certeza de que el Reino se aproxima lento y persistente, como la luz del amanecer. Por eso, como siempre, orad y vigilad.

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